Las tecnologías digitales y la revolución de los usos ponen en entredicho los principios que hasta el momento habían orientado el diseño y la construcción de los espacios de trabajo. La frontera entre espacio profesional y espacio privado se está desmoronando para dar lugar a entornos flexibles y personalizados. ¡Bienvenidos al espacio compartido! ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Hasta qué punto? Conversación entre Eric Cassar, arquitecto y fundador del estudio Arkhenspaces, y Philippe Conus, director de Building Solutions de VINCI Energies.
¿Por qué es tan importante la cuestión de compartir el espacio de trabajo?
Eric Cassar. En nuestra sociedad, para las empresas, el espacio es un bien preciado. Si queremos usarlo de forma más eficiente, no queda otra solución que innovar para compartirlo. Los espacios de trabajo tienen una ventaja respecto a los espacios residenciales: se prestan mucho más fácilmente a los experimentos y a las transformaciones. En cien años, han evolucionado mucho más que los espacios destinados a vivienda en varios siglos.
Philippe Conus. Son dos las revoluciones simultáneas que influyen en los espacios compartidos: la revolución de las tecnologías digitales, sin duda alguna, pero también la de los usos, que está a punto de derribar los muros entre varios tipos de espacios hasta el momento independientes: las oficinas, las viviendas, los comercios, las estaciones… Esta doble presión hace que una nueva forma de organizar el espacio sea tanto indispensable como posible.
¿Cómo influyen estos cambios en el facility management ?
P.C. Hasta el momento, partíamos del mantenimiento técnico de un edificio y le añadíamos una serie de servicios. Hoy en día, sin embargo, la gestión de instalaciones abarca tres dimensiones: el lugar, la persona que lo ocupa y la tecnología. No es que el mantenimiento técnico tenga menos importancia, al contrario: cada vez tendrá una importancia mayor. Pero los servicios no se limitan a un espacio, sino que deben ser concebidos y desplegados en una lógica de espacio abierto, mediante aplicaciones que acompañan a la persona en su movilidad (de qué manera llego a mi lugar de trabajo, dónde aparco, con quién comparto el vehículo, cuándo me voy, etc.).
¿Qué significa compartir el espacio ?
E.C. La separación entre espacio privado y oficina se diluye. Lo que antes llamábamos oficina se convierte en el entorno de trabajo, y este entorno de trabajo se extiende por todo el espacio. Compartir el espacio significa abrir un mundo de posibilidades, diversificar la naturaleza de los lugares y servicios, proponer a alguien, en función de su petición o su situación, un entorno más tranquilo, un espacio más privado, un medio de transporte para llegar a una reunión. En resumen, significa personalizar las soluciones en función de las posibilidades, las necesidades y las preferencias.
« La tecnología digital permite, midiendo los usos y adaptando nuestras respuestas, valernos de la flexibilidad para diseñar soluciones realmente personalizadas. »
P.C. Compartir pasa por flexibilizar. Hasta hace poco, esto a menudo se asociaba a una forma de deshumanización de los espacios de trabajo, por ejemplo las oficinas despersonalizadas y los archivadores con ruedas de Accenture. Hoy en día, los avances digitales nos permiten medir los usos y adaptar nuestras respuestas, con lo que podemos valernos de la flexibilidad para diseñar soluciones realmente personalizadas. La tecnología digital permite saber cuántas personas tienen acceso a un edificio, seguir sus movimientos, identificar los servicios que utilizan… Y todo esto en tiempo real o a largo plazo. Todos estos datos y tendencias servirán para elaborar una propuesta de servicios que responda a los usos y a las necesidades tanto de los ocupantes de los espacios de trabajo como de los equipos operativos. De este modo, podremos adaptar e incluso anticipar la programación de los servicios de limpieza o de mantenimiento, modular las curvas del consumo energético y ofrecer servicios específicos, como el de conserjería.
¿Esto no plantea un problema en términos de privacidad ?
P.C. En La Factory, el centro de innovación que VINCI Energies inauguró en París-La Défense, instalamos ―con el consentimiento de los representantes del personal― cámaras de recuento, pero estas solo proporcionan informaciones anónimas. La autorización previa de los usuarios es un prerrequisito indispensable para la tecnología: las aplicaciones de movilidad solo funcionan con personas que aceptan ser geolocalizadas.
« Uno de los frenos a la expansión de los edificios inteligentes, especialmente en Francia, es la fragmentación de la cadena de valor. »
E.C. Es todo un tema. En mi opinión, el facility manager debe erigirse en contrapoder de la compañía. Para que los espacios sean más inteligentes, necesita disponer de información sobre las personas que los ocupan. Pero, por otro lado, nadie aceptaría que estos datos fueran a parar a manos del empresario. Por lo tanto, el facility manager debe comprometerse, como tercera parte de confianza, a no difundir esta información. Es algo parecido a cuando, como arquitecto, le explico a un promotor que construyo para él pero también para la ciudad. Debemos acordar una serie de reglas y aplicarlas estrictamente en un marco contractual.
¿Hasta dónde puede llegar el uso compartido? ¿Hasta incluir a clientes, proveedores o al primero que pase por la calle ?
P.C. ¡Es que ya está pasando! L’Archipel, la futura sede del Grupo VINCI en Nanterre, contará con una instalación deportiva y un auditorio abiertos a la ciudad. Y su planta baja estará directamente conectada con la futura estación de la línea RER Eole.
Con esta fragmentación de los espacios de trabajo, ¿no corremos el riesgo de alterar la identidad de las empresas y la coherencia de su imagen ?
P.C. Podría decirse que es justo lo contario. El despliegue de espacios de trabajo debería animar a los empresarios a centrar los esfuerzos en su sede social, a construir edificios con una imagen emblemática que expresen valores y significado. Es algo que ya está pasando: muchas empresas están rediseñando su sede con el fin de reflejar su identidad.
« Todas las oficinas se parecen. El control del proceso debe dar paso la expresión de diferencias, de identidades, de valores. »
E.C. Es cierto, y eso es bueno. Pero hasta el momento no han llegado muy lejos. Y es que hay que reconocer que todas las oficinas se parecen debido a la lógica económica prevalente. Los constructores disponen de diseños estándar que facilitan el duplicado. Por otro lado, los inversores compran para alquilar y realquilar. No hay que prohibirles este control del proceso, pero debe dar paso a la expresión de diferencias, de identidades, de valores. Cuando Apple, Amazon, Facebook en Estados Unidos, Bouygues o BETC en Francia diseñan sus sedes, están haciendo una declaración.
P.C. Muchos de los grupos que usted menciona están presentes en toda la cadena de valor inmobiliaria. Son a la vez promotores, constructores, inversores, operadores e inquilinos. Uno de los frenos a la expansión de los edificios inteligentes, especialmente en Francia, es la fragmentación de la cadena de valor. En la mayoría de casos, el inversor no conoce al promotor. Este encarga al constructor un edificio lo más comercializable ―y por lo tanto, lo más neutro― posible. Por su lado, el constructor y el instalador de los equipos tecnológicos buscan rentabilizar los costes, incluso si ello conlleva elecciones a corto plazo. En cuanto al inquilino, lo primero que busca es reducir los costes de explotación. Si queremos acelerar el desarrollo del smart building, con sus espacios compartidos y sus servicios personalizados, es necesario promover proyectos más globales, que requieren de la colaboración de todos los actores implicados.
« Hay que concebir una arquitectura que no solo sea capaz de organizar los espacios, sino también de coordinarlos, de hacer que se muevan en el espacio-tiempo. »
E.C. Los enfoques estáticos ya no son los más adecuados. Hoy en día se trata de concebir una arquitectura que no solo sea capaz de organizar los espacios, sino también de coordinarlos, es de decir, de hacer que se muevan en el espacio-tiempo. Y eso solo puede conseguirse si el operador y el arquitecto trabajan perfectamente coordinados desde las primeras fases del diseño. El arquitecto debe proponer nuevos usos al operador, y el operador tiene que estar de acuerdo en suministrar informaciones sobre la manera en la que quiere que el edificio se use.
¿Cómo puede promoverse esta colaboración entre los diferentes actores y unificar la cadena de valor ?
P.C. El primer motor es sin duda el económico. La revolución digital y el cambio de usos aceleran de modo significativo la obsolescencia de los edificios. Una estructura que no pueda digitalizarse ni integrar una mínima oferta de servicios perderá rápidamente su valor de mercado. Por lo tanto, los promotores empezarán a integrar inevitablemente nuevos retos en el diseño y la explotación, a adoptar y multiplicar los proyectos de renovación en materia de tecnología digital, servicios y energía.
E.C. Lo más importante es dejar de pensar en los “costes de construcción” y empezar a reflexionar en términos de modelo económico global. Las tecnologías digitales permiten invertir los esfuerzos correctos en el lugar adecuado y el momento oportuno. Si calculamos la ecuación beneficios-costes, un edificio digitalizado en última instancia acabará costando menos que un edificio estándar.