¿Cómo entender la desestabilización causada por la aparición de plataformas «rupturistas» en el entorno urbano? ¿Cómo superar las tensiones entre un «pensamiento mágico» sobre la smart city y la realidad de la ciudad? ¿Cómo establecer el diálogo entre gobernanza e innovación? Son muchas las cuestiones que plantea el estudio «Audacities. Innover et gouverner dans la ville numérique réelle», (Audacities. Innovar y gobernar en la ciudad digital real), publicado en abril de 2018. Sus dos autores, Thierry Marcou (Fondation Internet Nouvelle Génération) y Mathieu Saujot (Institut du développement durable et des relations internationales), conversan con Cécile Maisonneuve, presidenta de La Fabrique de la Cité.
¿Cuál es el punto de partida del estudio «Audacities. Innover et gouverner dans une ville numérique réelle» ?
Thierry Marcou. Para la Fondation Internet Nouvelle Génération (Fing), este trabajo es el último eslabón de una serie de proyectos centrados en la ciudad digital, cuyo punto de partida fue nuestro trabajo «Ville 2.0, plateforme d’innovation ouverte» (Ciudad 2.0, plataforma de innovación abierta), publicado en 2006. Doce años más tarde, pensamos no debíamos limitarnos a registrar las innovaciones urbanas, sino que debíamos centrarnos en lo que no funcionaba, analizar la brecha que se agrandó rápidamente entre la promesa reconfortante de fluidez repetida incansablemente por las start-ups y los promotores de la smart city y una realidad urbana confusa, problemática, cargada de nuevas tensiones derivadas de las prácticas disruptivas.
Mathieu Saujot. El Institut du développement durable et des relations internationales (IDDRI) está especializado en temas de gobernanza, mientras que la Fing se centra más concretamente en los problemas derivados de la innovación. Este trabajo en común nos brindó la oportunidad de poner en relación ambos campos de especialización. Estoy convencido de que sin esta colaboración, y cada uno desde su perspectiva, no habríamos podido construir un análisis crítico adecuado sobre el «pensamiento mágico» de la smart city.
Cécile Maisonneuve, ¿le parece justificada esta lectura crítica de la smart city y de su «pensamiento mágico» ?
Cécile Maisonneuve. ¡Diría que es incluso sana! En La Fabrique de la cité evitamos el uso del término smart city, aunque existe desde hace veinte años. Lo que más me sorprende es que, si bien existe un consenso sobre la necesidad de denunciar esta «pensamiento mágico», la smart city sigue siendo objeto de seminarios y conferencias. Tengo la impresión de que, a pesar de las tensiones mencionadas con razón por Thierry Marcou, a pesar de la crítica ampliamente compartida, el término smart city resiste, aun cuando debería estar muerto y enterrado. Quizás precisamente porque la innovación no ha logrado cumplir con su promesa, mientras que la situación en las ciudades se está deteriorando y sigue estando muy presente la necesidad de debate, de coloquio.
No basta con cuestionar el término smart city. Un representante político me dijo hace poco: «De acuerdo, renunciamos a la smart city, ¿pero por qué la remplazamos?»
M.S. No basta con cuestionar el término smart city. Un representante político me dijo hace poco: «De acuerdo, renunciamos a la smart city, ¿pero por qué la remplazamos?». Puede que necesitemos recurrir a conceptos como este para guiar los debates.
C.M. Es un intento de comprender algo complejo que nos cuesta controlar. Detrás de este término hay una gran necesidad de narrativa, de un relato común. El problema es que al recurrir a nociones «débiles», que se dilatan rápidamente, no acabamos de entender lo que se supone que significan y creemos que estamos hablando de lo mismo cuando no es así. En este sentido, me pregunto si el concepto de resiliencia no está a punto de sustituir al de smart city como término genérico.
Más allá de los conceptos, algo común en sus trabajos es el hecho de que los «disruptores» urbanos den la espalda a la realidad de la ciudad. ¿Cómo se explica eso ?
C.M. Las start-ups tienden a adoptar una postura muy «técnico-solucionista» y generalmente no poseen una cultura institucional muy desarrollada, lo cual representa un obstáculo para la efectividad de sus soluciones. Pensar en la democracia es pensar en el tiempo, y si no integramos el tiempo al hablar de la ciudad, o al menos de la ciudad inclusiva, fracasamos estrepitosamente. También he observado que las grandes plataformas digitales ―las famosas GAFAM― se han construido sobre la misma doble cultura del monopolio (cuando llegan a un mercado, no se centran en un único sector, sino en todo el mercado) y del secretismo. Es decir, justo lo contrario de lo que quiere la sociedad, que aboga por una mayor colaboración y transparencia.
M.S. Del mismo modo que la cultura del monopolio y del secretismo puede funcionar en el mundo virtual ―y los disruptores la necesitan para dar credibilidad a su discurso mágico―, difícilmente puede mantenerse en la vida real. El monopolio no puede resistir la competencia de los mercados públicos urbanos. En cuanto al secretismo, no puede mantenerse mucho tiempo en una concesión de servicio público.
Las start-ups tienden a adoptar una postura muy «técnico-solucionista» y generalmente no poseen una cultura institucional muy desarrollada, lo cual representa un obstáculo para la efectividad de sus soluciones.
¿Pero las start-ups no empiezan a tener en cuenta esta fricción con la realidad ?
T.M. Fue esta disrupción lo que nos llevó a trabajar en «Audacities», al constatar la influencia cada vez mayor de empresas como Uber, Deliveroo, Airbnb o Amazon y su fuerte impacto financiero. Pero es impresionante el modo en el que las cosas han cambiado en estos últimos meses, como demuestra, por ejemplo, el caso de Uber. En un primer momento, la start-up se desarrolló sobre una modelo muy disruptivo y exclusivo. En cambio, hoy en día está alcanzando acuerdos con ciudades norteamericanas que promueven los transportes públicos subvencionados con el fin de proponer una oferta global de movilidad. En Francia, Uber ha expresado claramente su voluntad de dialogar con algunas ciudades para complementar su oferta de movilidad pública. El diálogo, pues, ha acabado por imponerse.
C.M. Venga, ¡seamos positivos! Es cierto que las plataformas se han topado con la realidad, pero también nos han hecho ver algunos problemas reales. Por ejemplo, «gracias» a Uber y equivalentes, ya no podemos decir que desconocemos las lagunas y los límites de nuestros sistemas de movilidad, principalmente los públicos. Las plataformas nos sitúan frente a nuestras propias deficiencias en materia de gobernanza.
T.M. La problemática no se reduce a una ecuación binaria. Por un lado, aunque nos sintamos identificados con los fundamentos y valores de los sistemas colectivos, todos queremos servicios rompedores, incluso si eso significa recurrir a repartidores en bici mal remunerados. Por otro lado, no podemos negar que Uber, al menos en la región parisina de Île-de-Flrance, está cubriendo las deficiencias de la red de transporte público, especialmente a través del uso compartido del automóvil. Cuando constatemos la gran dificultad del coche compartido para despegar y que el coche privado sigue teniendo fuerza de ley, nos daremos cuenta de la gran oportunidad que hemos perdido por no haber querido afrontar antes estos retos y por habernos empeñado en estigmatizar a Uber y a la amenaza que representaba para el monopolio del taxi.
¿Las ciudades tienen también una parte de responsabilidad en la dificultad de establecer un diálogo constructivo con las plataformas ?
M.S. También hay frenos culturales por parte de la esfera pública. Cuando una ciudad, ante diez start-ups especializadas en el uso compartido del vehículo, decide apoyarlas a todas aun sabiendo que cada una de ellas necesita una masa crítica para desarrollarse, podemos hablar de un fracaso anunciado. En China, las ciudades eligen a un ganador, solo uno, y lo acompañan en su desarrollo. En Francia, deberíamos definir un buen equilibrio para fomentar la innovación y garantizar el mismo tiempo la igualdad de oportunidades. Tendríamos que ser capaces de decir «hacia aquí es adonde queremos ir» y dotarnos de los medios para conseguirlo.
¿De qué modo pueden reforzarse las oportunidades de diálogo entre gobernanza e innovación ?
C.M. Si hay un punto de entrada, este es la política. La función de un representante político es ofrecer una visión, posicionarse muy claramente sobre lo que quiere para su ciudad, más allá de los seis años de mandato. Desde este punto de vista, resulta interesante observar como algunas ciudades ―estoy pensando en el programa «Bordeaux Métropole 2050»― adoptan enfoques prospectivos muy bien estructurados, mientras que en Francia la prospectiva ha sido siempre terreno exclusivo del Estado o de las grandes empresas.
T.M. Totalmente de acuerdo. La innovación es un tema político, ¡así que debatamos! Lo que espero de los candidatos es que tengan una opinión personal sobre los datos, el vehículo autónomo y los objetos conectados. Pero para alejarse del pensamiento mágico y guiar la innovación, los actores urbanos deben dotarse de metodologías de evaluación y de marcos conceptuales adecuados. Queda un importante trabajo por hacer en cuanto a las herramientas necesarias. También podemos pensar en las escalas y las alineaciones más adecuadas para guiar las decisiones. Al fin y al cabo, las ciudades europeas se han coordinado para dar una respuesta a Airbnb en el marco del C40…